SECCIONES

domingo, 30 de agosto de 2015

Alegoría: “La Troika”

Terminología
 Alegoría
Ficción en la que una cosa representa o significa otra diferente.
Troika
La palabra rusa troika” designaba, originalmente, al carro trineo tirado por tres caballos en paralelo. Ha sido utilizada para describir una tarea realizada en trío, y en política designa la unión de tres personajes o entidades de parecido nivel para llevar a cabo una misión. Actualmente, en Europa engloba a la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Alegoría: La Troika
Esta foto, bajo el título Alegoría: La Troika, la he encontrado en una entrada (21-07-2015) de Mercado de espejismos, blog de Felipe Benítez Reyes, ya conocido en Abonico.  


 Todo un acierto.
—¿Está clara la identidad del trío de las chisteras?
—Sí, claro que sí: la CE, el BCE y el FMI.
—¿Y la del pedigüeño?
—¿?
—La pregunta es: ¿Sabe usted a qué país —o países, si cree que son más de uno— representa, o puede representar, el corredor pedigüeño?

jueves, 27 de agosto de 2015

Precario y temporal

Muchísimos jóvenes españoles se encuentran en situación de desempleo (la mitad de los de la franja entre 16 y 24 años, leo en Vozpopuli); las críticas a la precariedad juvenil se centran, además, en que están mal pagados y en que a algunos se les obliga a pagarse la seguridad social.
Pues... a pesar de los pesares, el señor Rubén Urosa Sánchez, director del Injuve (Instituto de la Juventud), niega que sean precarios los trabajos a los que acceden nuestros jóvenes, y asegura que nadie les obliga a hacerse autónomos.
Vozpópuli 13-08-2015
En Abonico nos vamos a fijar en la afirmación que hace este individuo de que “un empleo temporal no siempre es precario”; le ha faltado decir que algún empleo temporal no es precario alguna vez. Me recuerda una cita ya utilizada en una entrada anterior de Abonico, una genialidad de Les Luthiers, (¡ah!, siempre los geniales argentinos) cuando categóricamente afirman que no todos los negros son maltratados en Estados Unidos, y a continuación añaden, tras una pequeña pausa muy bien utilizada, que algunos negros son maltratados en otros países.
Miren lo que dice el DRAE (solo tomo algunas acepciones):
precario, ria. (Del lat. Precarĭus). 1. adj. De poca estabilidad o duración. 2. adj. Que no posee los medios o recursos suficientes.
temporal. (Del lat. Temporālis). 1. adj. 2. adj. Que dura por algún tiempo. 7. m. And. Trabajador rústico que solo trabaja por ciertos tiempos del año.
¿Han visto ustedes? ¿Cómo no va a haber relación semántica entre algo “de poca estabilidad o duración” y algo “que dura por algún tiempo”?
Pues él, erre que erre: "No creo que el empleo al que están accediendo los jóvenes sea precario. Puede ser temporal o no, pero que un empleo sea temporal no quiere decir que sea precario".
¡Ole! (no ¡olé!).

domingo, 23 de agosto de 2015

¿Cosido o pegado?

El lunes pasado recibo un guásah de Mariano Durán:

(Traducción del whatsapperiano: me dice que, si puedo, lea el artículo de Arturo Pérez Reverte publicado en el semanal de La verdad (XL Semanal) el día anteror —domingo, 16 de agosto—; añade que, leyéndolo él, se acordó mucho de mí.

Como tengo el blog de Pérez Reverte entre mis favoritos de Internet, no necesito más que ir a la tableta y leer el artículo; así que, pronto, contesto a Mariano:


El artículo se titula Editores sin escrúpulos, y, en efecto, es como para acordarse de mí mientras se lee. ¿Y por qué? Pues, porque tanto Pérez Reverte como yo somos unos maniáticos de los libros y coincidimos como un calco en alguna de esas manías. Resulta que al cartagenero le pasa como a mí, aunque, como tiene muchísimo más dinero, se puede permitir ser más adicto que yo a las librerías y a los libros.

Y ahora va la manía común específica: Don Arturo, como yo, le tiene tirria a los libros cuyas páginas van simplemente pegadas al lomo, en vez de ir cosidas en cuadernillos antes de ser unidas o pegadas. Yo también, no sé si más que Pérez Reverte, soy un maniático y busco en el libro que me importa, entre otras cosas, el sistema de cuadernillos.

Tan acostumbrado estoy a mirar si las páginas han sido cosidas o simplemente pegadas que distingo perfectamente a cierta distancia el sistema utilizado: solo tengo que echar un vistazo —lo primero que hago— por arriba o por abajo y mirar la zona donde las páginas se unen al lomo para saber rápidamente y con seguridad el método empleado; si han sido cosidas en cuadernillos, estos se ven claramente como unas pequeñas “uves” —una de cada cuadernillo— y si abres el libro y miras, en el centro, las líneas que separan las páginas pares de las impares, en algunas aparecerán a la vista los hilos utilizados en el cosido.

Hay quien, erróneamente, identifica el libro editado con tapas duras — y lo considera una edición mejor— con el de páginas cosidas; pues no señor, no tiene nada que ver. Un libro puede ser de bolsillo, con tapas blandas y estar bien hecho, con sus páginas cosidas; mientras que otro cualquiera —miren si no los del Círculo de Lectores, si no ha cambiado de política—, con tapas duras que aparentan una mejor encuadernación, tiene las páginas solamente pegadas, y a los cuatro manoseos se ha descuajeringado, se ha convertido en una baraja.

Vean lo que le ha pasado, con el tiempo, a Recetario de la cocina murciana, de Mª Adela Díaz Párraga, Editora Regional de Murcia, un libro de uso periódico en casa. Las páginas del ejemplar que tenemos hasta se pueden barajar.


Pero, ¡ojo!, si se te ocurre comentar esto con el común de los mortales, te miran de una manera rara. Unos, como si hablaras chino: no saben lo que les dices; otros, pensando “qué delicao es este tío”. Incluso los dependientes de la mayoría de las librerías —no son  libreros— no tienen ni idea de lo que les estás hablando cuando les preguntas si el libro no lo tienen en una edición mejor, en una cosida.

¡¿Acualo?!

miércoles, 19 de agosto de 2015

Hiroshima, 70 años

La otra noche vimos —la familia que ve la tele unida, permanece unida— la película francesa Hiroshima mon amour (1959), una producción franco-japonesa dirigida por Alain Resnais, con guion de Marguerite Duras, que trata del idilio de una sola noche, en Hirosima, entre una actriz francesa que acaba un rodaje sobre la paz y un arquitecto japonés que, supongo, trabaja en la reconstrucción de la ciudad bombardeada.
Se nos recuerda estos días —¿se conmemora, rememora, celebra…?— que el 6 de agosto de hace 70 años, Harry S. Truman, presidente de Estados Unidos (¡¿para ahorrar vidas humanas?!, aunque hay quien esgrime otros argumentos, como la carrera armamentística con la URSS) da la orden de lanzar una bomba atómica —Little Boy— sobre Hiroshima, seguida, tres días después, de otra (Fat Man, más potente, aunque ocasionó menos daños) sobre Nagasaki; recuerden: para ahorrar vidas cuando ya estaba clara la victoria aliada (Oliver Stone) en la segunda Guerra Mundial.
Debido, supongo, a mi vena docente, no he podido evitar, al mirar la prensa, quedarme con la imagen de una escuela devastada tras el salvaje ataque estadounidense.


Así quedó una escuela de Nagasaki
… imagen que, sin ser necesaria, ayuda a comprender un pequeño poema atómico que he encontrado en Microréplicas, blog de Andrés Neuman.
Puesto que hay tantos
pequeños esqueletos
aquí reunidos,
estos huesos más largos
deben ser del maestro.
          Shoda Shinoe

jueves, 13 de agosto de 2015

El Caleles

Cuando entrabas en el bar d’El Paco El Carlos y te acercabas a la barra, lo primero que hacía El Caleles, Paco también (hijo del dueño, y, a la muerte de este, propietario del establecimiento), lo primero que hacía, digo, era, sin miramientos, sin finuras, casi bruscamente, poner —echar o lanzar es más correcto—, directamente encima de la barra del mostrador —nada de platos ni cuencos—, delante de ti, un puñado de avellanas (en mi pueblo llamamos avellanas a los cacahuetes con cáscara y reservamos el nombre de avellanas finas para las avellanas); y que no se te ocurriera rechazarlas y decirle que tú no habías pedido eso, pues te podía costar caro.
Los amigos que frecuentábamos el bar, solíamos comentar que El Caleles tenía la cabeza muy ligera; y no era para menos, pues se hizo famoso por multitud de anécdotas, la mayoría disparatadas, unas más creíbles que otras, pero todas susceptibles de haber sido llevadas a cabo por nuestro personaje.
El Caleles trabajaba muchas horas diariamente en el bar y solo salía a “expansionarse” cada bastante tiempo —mes y medio, dos, tres meses—, pero esa salida solía ser “sonada”.
Un día te lo podías encontrar en la barra del casino —pelo desordenado, ojos, ratoniles, brillantes, y una copa de coñá en la mano— invitando a todo el mundo; cuando entrabas, le escuchabas decir, con energía y autoridad, a quien estuviese atendiendo la barra:
—Ponle una copa a tos los que’hay aquí.
—¡Cuñao —una manera amistosa de llamarnos los amigos por aquellos años—, si no hemos comío todavía! —contestábamos los recién llegados.
—Pues ponles unas cañas.
Conociéndolo como lo conocíamos, tú le preguntabas:
—¿Vas o vienes, cuñao? —equivalente a ¿sales de juerga o vienes de ella?, y añadías— ¡te veo muy animao!
A lo que él podía, muy bien, contestar:
—¿Que si voy?: salí ayer por la mañana —hacía una pequeña pausa—, preparao, con el transistor —y se golpeaba con la mano en uno de los bolsillos del pantalón, en el que abultaba un buen fajo de billetes, de aproximadamente el grosor de un aparatito de radio de los más pequeños de entonces—; ahora vengo —añadía— de los Baños de Mula.
Una de las anécdotas más famosas que circulaban d’El Caleles contaba que una noche, tras cerrar su establecimiento, fue al casino a tomar un café; como lo encontró cerrado —acababan de hacerlo justo unos minutos antes de su llegada—, llamó a un taxista y se fue a Madrid, a la Puerta del Sol, tomó café y, con las mismas, volvió al pueblo.
Tiempo después entro yo en el bar, en unos años en que la censura en España, país con escasas libertades, no permitía ver películas “verdes” en nuestros cines, y los españoles pasaban la frontera con Francia para disfrutarlas en localidades galas cercanas. Continúo: un día llego a su bar y me dice con bastante ánimo:
Cuñao ¿Nos vamos a Perpiñán a ver El último Tango? Yo estoy preparao, mira, llevo el transistor —golpeándose, como siempre, el bolsillo— y tengo el Dorge en la puerta —su coche era un Dodge Dart— ¿nos vamos?
—No, cuñao, es que tengo algo importante que hacer —y te inventabas algo, como un examen, por ejemplo, ante el temor de que si le decías que sí, inmediatamente tuvieras que subirte al Dorge y dejarte llevar a una de sus aventuras—, otra vez será.
También es famosa la anécdota de los Celtas cortos. Cuentan que un cliente, enfadado porque le había puesto encima del mostrador un paquete de Celtas largos habiendo pedido él uno de Celtas cortos, le dijo, demasiado airado:
—Paco, te he pedido Celtas cortos, ¡coño!
Ni corto ni perezoso, El Caleles coge el cuchillo, uno grande que tiene siempre bajo el mostrador, le pega un tajo al paquete de tabaco y le dice al cliente:
—Ahí tienes, Celtas cortos.
Lógicamente el cliente sale del establecimiento amilanado —acojonado prefieren decir los que lo cuentan— con el rabo entre las patas.
La del libro de reclamaciones es otra de las aventuras, de las leyendas del Caleles, y se la oí contar a él mismo. Un cliente, forastero, que no conoce a Paco, descontento por el servicio recibido, pide, cabreadísimo, el libro de reclamaciones; nuestro personaje saca y le muestra su famoso cuchillo; el cliente sale despavorido y, ya en la calle sujeta la puerta por fuera para evitar qu’El Caleles la abra desde dentro. Paco tira de cuchillo rompiendo los cristales y asustando aún más al por entonces ya arrepentidísimo individuo, que, seguro, no volverá a poner los pies en el establecimiento de nuestro amigo.
Son tantas las anécdotas que se contaban y se cuentan d’El Caleles, que, necesariamente tenemos que dejarnos muchas en el tintero: la de la clienta que pide un vaso de agua y la manda a la Fuente del Algarrobo; la de quien pide una cocacola, le pone un vaso de vino tinto y ante la protesta le contesta que la coca cola de la casa es de Jumilla, etc. etc. etc.
En fin… todo un personaje.

viernes, 7 de agosto de 2015

Un nazi en Santomera

Curso escolar 2010-2011, el de mi jubilación: final oficial de mi vida activa de maestro. Mes de junio. Última semana del curso. Sin alumnado en las clases.
Estoy recogiendo mis cosas y haciendo “limpieza” general en el aula, y por ello reviso todo a fondo y realizo muchos viajes a la trituradora de papel para destruir documentos: listas, exámenes, informes, evaluaciones…
En una leja del armario que hay junto a la pizarra, justo detrás de mi silla, encuentro, en una carpeta, un sobre sin nombre, y dentro, un folio doblado, un escrito; está impreso con tan poca tinta —¿en una de las antiguas impresoras matriciales?— que me cuesta digitalizarlo y recomponerlo tras un escaneado y repaso concienzudo.
¿A quién iba dirigida —si a ello estaba destinada— esta mezcla de carta-confesión-denuncia?; no lo sé, ni tampoco si es un borrador de otro documento más completo y preciso, si hay o hubo una segunda parte, si es una copia de seguridad o si se trata del único ejemplar; la verdad es que, por ahora, no sé mucho más de lo que conocerán ustedes cuando acaben de leer esta entrada. El documento acabó en mis manos y aquí lo tienen, apenas retocado.
Santomera,       de                de mil novecientos noventa y tantos
Me llamo Antonio. Soy docente y trabajo en un centro escolar de Santomera, un pueblo cercano a Murcia. Y me siento bien en mi profesión, tratando de sacar de mis alumnos las mejores versiones que en potencia llevan dentro.
Hasta ahora no me he atrevido a contar esta historia, pero creo que ha llegado el momento de hacerlo, a ver si su relato me sirve de catarsis y me limpia, pues me estoy volviendo loco dándole vueltas y vueltas a la cabeza; no puedo quitarme la idea de encima, es una obsesión que me corroe y no me abandona. Además, últimamente, tengo miedo: siento que pasan cosas extrañas a mi alrededor y creo que pueden ser señales que debo interpretar con cautela.
Empezaré por el principio. Julio es uno de mis alumnos en este curso escolar. En una sesión de atención a padres, se presentaron para hablar conmigo su madre y sus abuelos, los padres de la madre. La madre de Julio es una mujer joven, de piel canela, delgadita, baja de estatura y con el pelo y los ojos muy oscuros; tiene toda la pinta de una indiecita sudamericana. Sin embargo, los abuelos de Julio ofrecen una inmejorable imagen de europeos y no muy mediterráneos que digamos; ella, de piel muy blanca, rubia y con unos bonitos ojos azules; él, alto, esbelto —achulado—, de piel también bastante blanca, pelo claro, casi rubio, y una actitud de suficiencia, como el que va sobrado por la vida, el que está acostumbrado a mandar y ser obedecido inmediatamente, y todo bajo el disfraz de un hombre educado, discreto, que habla lo justo, pero que quiere imperiosamente saber, estar al tanto de todo lo que atañe a su nieto.
Aquí hay algo que no encaja” —me digo al terminar la entrevista—, “esta no parece hija de estos”; pero no sigo por ese camino, pues otros quehaceres urgentes tiran de mí y ahí queda la cosa, hasta que poco tiempo después —unas semanas— me viene a la cabeza la idea que ya no me abandonará. Y me viene… de repente, viendo una película reciente de Costa Gavras, La caja de música (1989), en la que un padre de familia y abuelo ejemplar es acusado de ser un antiguo criminal de guerra nazi, y es su propia hija, abogada de prestigio, a quien no le cabe en la cabeza la acusación, quien toma a su cargo su defensa en el juicio que se celebra contra él.
La idea siempre me había atraído: la de los nazis que lograron escapar de la justicia y han vivido escondidos como ciudadanos “normales” en distintos países sin levantar sospechas entre sus conciudadanos. Quiero decir que el tema, desde luego, no era nuevo para mí; ya anteriormente había visto El extranjero, del año 1946, película dirigida y protagonizada por Orson Welles, que aborda el mismo tema: el del antiguo cerebro nazi de los campos de exterminio, camuflado como un buen ciudadano, al que llegan a buscar sus perseguidores a un pueblecito de Estados Unidos.
Pero... ya digo, fue tras la excelente La caja de música cuando empecé a hacerme preguntas, a relacionar y atar cabos: “¿De dónde viene la familia de Julio?” De Chile. “¿En qué año estamos?” En mil novecientos noventa y tantos. “¿Cuándo cayó la dictadura militar en Chile?” En 1990. “¿Cuándo aparece este señor X, el abuelo de Julio, con su gente, por aquí?” Pues…, en un principio no lo sé con precisión, pero indago un poco y llego a la conclusión de que lo hace en los primeros años noventa. “¿Con qué gente o grupos políticos, con qué personas, se relaciona?” Con lo más retrógrado del pueblo, políticamente hablando, con la derecha más intransigente y caciquil. “¿Cómo es el señor X?”... Las preguntas no acaban.
Pronto mi imaginación vuela de una cosa a otra y piensa en los niños robados al amparo de las dictaduras latinoamericanas y dados a buenas familias para que reciban una buena educación. “¿Será la hija del señor X una niña robada por la dictadura chilena?” “¿Si lo es, lo sabrá ella?” Mi fantasía se dispara; veo al señor X como un militar o un cacique comprometido con el régimen militar chileno, que, tras la caída de este, sale huyendo del país y se refugia cómodamente, pues dispone de una buena fortuna, en Santomera, donde oculta sus manos manchadas de sangre.
Llego hasta aquí, no sigo, la prudencia me dice que ya está bien, que, si continúo, esto puede terminar mal, que por menos… Así que lo dejo y…, si me animo, otro día contaré esas cosas raras que siento a mi alrededor, esos inconvenientes que acuden a mi vida, debido quizás a mi torpe “investigación”, esos problemas que han provocado la delicada situación en la que me encuentro.
¿Cosas raras? ¿Inconvenientes? ¿Problemas? ¿Torpe investigación? ¿Delicada situación?
¿No huele un poco raro?
No quiero remover el asunto y aventar la peste que parece impregnar todo esto, pero me pica la curiosidad. ¿A que dan ganas de husmear en el tema? No creo que sea muy difícil para mí —habiendo trabajado en el mismo colegio— averiguar quién pudo ser el autor del escrito. ¿Encerrará ello algún peligro? Es difícil que queden todavía vivas las ascuas de lo que pudieron haber ocasionado las “torpes investigaciones” de Antonio; si acaso, a estas alturas, quedarán algunos casi apagados rescoldos.
Eso espero.
 

sábado, 1 de agosto de 2015

Summertime

El primer gran compositor estadounidense fue George Gershwin, que escribió música clásica bajo la influencia del jazz, el ragtime y el blues. Fue autodidacta —no se matriculó en el conservatorio— y antes de dedicarse en serio a la composición trabajó como pianista y escribió musicales y canciones populares —con textos, casi siempre, de su hermano Ira—. Rhapsody in blue fue su primer gran éxito, aunque quizás sea más conocido —gracias al cine— su poema sinfónico Un americano en París.
George Gershwin
La ópera Porgy and Bess es la obra más importante de Gershwin (libreto de DuBose Heyward con canciones de Ira Gershwin, a partir de la obra Porgy, de DuBose y Dorothy Heyward). Estrenada en Nueva York en 1935, trata sobre el estilo de vida de la población negra en Charleston, Carolina del Sur, en las primeras décadas del siglo XX. Es una ópera emblemática: americana, con temas de jazz y con protagonistas afroamericanos.
Y Summertime es el número más famoso de Porgy and Bess; es una deliciosa nana que se canta varias veces en la ópera y que, tras el estreno de la obra, alcanzó enorme popularidad. La soprano norteamericana Abbie Mitchell, que interpreta el personaje de Clara en la primera representación operística, también graba Summertime por primera vez, en el mismo año del estreno, con Gershwin al piano y dirigiendo la orquesta.
Desde entonces ha sido interpretada por muchos músicos, entre ellos, bastantes de jazz, convirtiéndose en una de las canciones más versionadas entre mis favoritas. De estas versiones, no sabría con cuál quedarme; por elegir una de las más importantes, señalaré la de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, acompañados por la Orquesta de Russell Garcia —ha perdido la tilde—, arreglista y director musical en este “clásico” Porgy and Bess (1957).  
Ella Fitzgerald y Louis Armstrong
Y ello sin pretender menospreciar otras como las de Sarah Vaughan, Hellen Merrrill, Norah Jones, Sam Cooke…, u otras puramente instrumentales, como las de Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Oscar Peterson, Chet Baker…; y para los amantes de las voces “educadas”, las de Kiri te Kanawa, Leontyne Price, Renée Fleming
A continuación, letra y traducción:
LETRA
Summertime and the livin' is easy
Fish are jumpin' and the cotton is high
Oh, your daddy's rich and your ma is good-lookin'
So hush, little baby; don't you cry.
One of these mornings you're gonna rise up singing
And you'll spread your wings and you'll take to the sky
But till that morning, there’s nothin' can harm you
With daddy and mammy standin' by.
Summertime and the livin' is easy
Fish are jumpin' and the cotton is high
Oh, your daddy's rich and your ma is good-lookin'
So hush, little baby; don't you cry

TRADUCCIÓN
Verano y la vida es fácil
Los peces están saltando y el algodón está alto
Oh, tu papi es rico y tu mamá es guapa
Así que calla, pequeño, no llores.
Una de estas mañanas te vas a levantar cantando
y extenderás tus alas y tomarás el cielo
Pero hasta esa mañana, nada te puede hacer daño
con papi y mami cerca de ti.
Verano y la vida es fácil
Los peces están saltando y el algodón está alto
Oh, tu papi es rico y tu mamá es guapa
Así que calla, pequeño, no llores.