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miércoles, 25 de marzo de 2015

Madrugón

Vivo en un dúplex de una urbanización situada en las afueras de Murcia. Los días que puedo, salgo temprano y hago deporte; según los días: ando, corro, monto en bicicleta… A mi mujer, todo lo contrario: le gusta quedarse en la cama y gandulear.
Creo que fue sábado, o domingo, porque ese día no tenía que ir a trabajar. Muy silenciosamente, para no despertar a mi querida mujercita, me levanté muy temprano, salí de la habitación, me equipé en la de al lado sin hacer ruido, bajé al garaje, cogí la bici y salí a hacer mi recorrido: unos cincuenta kilómetros.
Pronto me di cuenta de que sería imposible, porque comenzó un aire y una lluvia que en poco tiempo se transformó en una tormenta, una lluvia torrencial que lo impedía: el agua caía a cántaros y corría por las calles imposibilitando cualquier tipo de actividad deportiva al aire libre, y más la de la bicicleta. Por si faltaba algo, un viento helado soplaba fuertemente, colaborando al empape rápido y a posibles caídas desafortunadas.
Visto lo visto, volví a casa, metí la bici en el garaje, me sequé como pude para evitar dejar un reguero de agua y subí a la planta baja de la casa; conecté la wifi para poder consultar el tiempo en la tableta: el temporal iba a durar todo el fin de semana.
Entonces me acordé de lo calentito que se estaba en la cama y pensé en volver a acostarme. Subí a la primera planta, me desnudé en la misma habitación en que me había vestido, entré en el dormitorio y contemplé a mi mujer acostada sobre el lado derecho; entonces me metí en la cama y me acurruqué acoplándome suavemente a su espalda (le puse un rabo, solemos decir entre nosotros). Y, susurrando apenas, abonico, le dije al oído:
Cariño, ¡no te puedes imaginar qué tiempo hace! ¡Malísimo!: viento, lluvia… ¡una verdadera tormenta!
Ella, sin volverse, sacó la mano derecha de debajo del edredón, la pasó por encima de su hombro izquierdo y, acariciándome la cara, me contestó:
Ya me he dado cuenta. ¿¡Te puedes creer que mi marido, con la que está cayendo, se ha ido a montar en bici!? ¿¡Será gilipollas!?
Desde entonces no he vuelto a madrugar para hacer deporte. 
(De un chiste que circula por internet)

 

2 comentarios:

  1. Permíteme el atrevimiento, recordando mi anterior profesión, de ponerte nota a tu artículo: nueve
    y medio . Me gusta la redacción . Un saludo, Antonio.

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  2. Ergo… El deporte perjudica seriamente la cornamenta de los astados antes de ir a la corrida…

    Un abrazo, Pepe.

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